viernes, 30 de marzo de 2018

Frases de "Madame Bovary" de Gustave Flaubert

La publicación de Madame Bovary (1856) provocó el escándalo de la burguesía francesa, esclava de mil prejuicios, y el proceso judicial que siguió contribuyó a un éxito editorial sin precedentes. Flaubert veía así cómo su obra servía más para satisfacer el morbo que para deleitarse en el caudal narrativo que contenía. Hoy, Madame Bovary es considerada el auténtico pórtico de la modernidad literaria. (Quelibroleo.com)




Emma creció leyendo novelas cuyos amores idealizó. Elevó los deseos de su vida futura a las más altas expectativas. Ella esperaba una vida pletórica de pasión, amores, lujos, reconocimiento social, felicidad. Siendo una joven provinciana, se casa con el médico Carlos Bovary y se mudan a un pequeño pueblo lejos de la casa de su padre; ahí ve la oportunidad de poder tener la vida que ha soñado y esperado en todos sus años de soltería. Pero Carlos no es el hombre que ella espera, tampoco le da la vida que ella desea y mucho menos le proporciona la pasión de los amores leídos en las novelas. Emma tratará de cumplir todas sus fantasías a cualquier precio. A costa de su marido, comienza una vida llena de lujos excesivos, apariencias sociales, amantes, mentiras. Pero ninguno de estos deseos románticos llevados a la realidad la satisface, mientras el doctor Bovary ve cómo su esposa se pierde, y con ella su familia.




Acá están unas de las frases que más me gustaron de esta novela:

Carlos estaba, pues, feliz y sin preocupación alguna. Una comida los dos solos, un paseo por la tarde por la carretera principal, acariciarle su pelo, contemplar su sombrero de paja, colgado en la falleba de una ventana, y muchas otras cosas más en las que Carlos jamás había sospechado encontrar placer alguno, constituían ahora su felicidad ininterrumpida.


Emma no podía apartar su vista de aquella alfombra que él había pisado, de aquellos muebles vacíos donde se había sentado.


Cuando iba a confesarse, se inventaba pecaditos a fin de quedarse allí más tiempo, de rodillas en la sombra, con la cara pegada a la rejilla bajo el cuchicheo del sacerdote. Las comparaciones de novio, de esposo, de amante celestial y de matrimonio eterno que se repiten en los sermones suscitaban en el fondo de su alma dulzuras inesperadas.


Llamaba a Djali, la cogía entre sus rodillas, pasaba sus dedos sobre su larga cabeza fina y le decía:
—Vamos, besa a tu ama, tú que no tienes penas.
Después, contemplando el gesto melancólico del esbelto animal que bostezaba lentamente, se enternecía, y, comparándolo consigo misma, le hablaba en alto, como a un afligido a quien se consuela.


Emma estaba asomada a la ventana (se asomaba a menudo: la ventana, en provincias, sustituye a los teatros y al paseo) y se entretenía en observar el barullo de los patanes, cuando vio a un señor vestido de levita de terciopelo verde.


Se repetía: “¡Tengo un amante!, ¡un amante!”, deleitándose en esta idea, como si sintiese renacer en ella otra pubertad. Iba, pues, a poseer por fin esos goces del amor, esa fiebre de felicidad que tanto había ansiado.


Emma, apoyada en el vano de la buhardilla, releía la carta con risas de cólera. Pero cuanta mayor atención ponía en ello, más se confundían sus ideas. Le volvía a ver, le escuchaba, le estrechaba con los dos brazos; y los latidos del corazón, que la golpeaban bajo el pecho como grandes golpes de ariete, se aceleraban sin parar, a intervalos desiguales. Miraba a su alrededor con el deseo de que se abriese la tierra. ¿Por qué no acabar de una vez? ¿Quién se lo impedía? Era libre.


Al cabo de unos minutos se detuvo; y cuando la vio con su vestido blanco evaporarse poco a poco en la sombra, como un fantasma, sintió latirle el corazón con tanta fuerza que tuvo que apoyarse en un árbol para no caer.


—¡Qué imbécil soy! —dijo lanzando un espantoso juramento—. No importa, ¡era una hermosa amante!
Y súbitamente se le reapareció la belleza de Emma, con todos los placeres de aquel amor. Primeramente se enterneció, después se rebeló contra ella.


—Porque, al fin y al cabo —exclamaba gesticulando—, yo no puedo expatriarme y cargar con una niña.
Y se decía estas cosas para reafirmarse en su decisión.
—Y, encima, las molestias, los gastos... ¡Ah!, ¡no, no, mil veces no! ¡Sería demasiado estúpido!


A menudo, al mirarla, le parecía a León que su alma, escapándose hacia ella, se esparcía como una onda sobre el contorno de su cabeza y descendía arrastrada hacia la blancura de su seno. Se ponía en el suelo delante de ella, y con los codos sobre las rodillas la contemplaba sonriendo y con la frente tensa.


Ella se inclinaba sobre él y murmuraba como sofocada de embriaguez:
—¡Oh!, ¡no te muevas!, ¡no hables!, ¡mírame! ¡De tus ojos sale algo tan dulce, que me hace tanto bien!


—¿Me quieres?
—¡Claro que sí, te quiero! —le respondía él.
—¿Mucho?
—¡Desde luego!
—¿No has tenido otros amores, eh?
—¿Crees que me has cogido virgen? —exclamaba él riendo.


Me pregunto: ¿Dónde está? ¿Acaso está hablando con otras mujeres? Ellas le sonríen, él se acerca. ¡Oh, no!, ¿verdad que ninguna te gusta? Las hay más bonitas; ¡pero yo sé amar mejor! ¡Soy tu esclava y tu concubina! ¡Tú eres mi rey, mi ídolo! ¡Eres bueno! ¡Eres guapo! ¡Eres inteligente! ¡Eres fuerte!


Se quedó sola, y entonces se oyó una flauta que hacía como un murmullo de fuente o como gorjeo de pájaro. Lucía atacó con aire decidido su cavatina en sol mayor; se quejaba de amor, pedía alas. Emma, igualmente, hubiera querido huir de la vida, echándose a volar en un abrazo.


Lo que es más lamentable, verdad es arrastrar como yo una vida inútil. Si nuestros dolores pudieran servir a alguien nos consolaríamos en la idea del sacrificio.


Él saboreaba por primera vez la indecible delicadeza de las elegancias femeninas. Nunca había conocido aquella gracia de lenguaje, aquel pudor en el vestido, aquellas posturas de paloma adormilada. Admiraba la exaltación de su alma y los encajes de su falda. Además, ¿no era “una mujer de mundo” y una mujer casada, en fin, una verdadera amante?

Según Wikipedia, hasta el 2014, han habido 10 adaptaciones cinematográficas de esta novela. Personalmente solo he tenido la oportunidad de ver una de estas adaptaciones, una de las últimas, la de 2014 dirigida por Sophie Bartes y, sino hubiese leído la novela antes, me hubiese parecido una buena película (no excelente), pero el hecho de haberla leído antes me generó muchas expectativas que no fueron superadas. La película descuida muchos detalles del libro y no hace la suficiente introspección en Emma como para entender qué sentía, pensaba y la motivaba al hacer todo lo que la llevó a su trágico final. Así que recomiendo ver otra de las adaptaciones (también es una tarea para mí), tal vez las que se rodaron en épocas más cercanas a la fecha en la que se desarrolla el libro hayan logrado captar mejor su esencia. Pero no se debe ver la película (cualquiera de sus adaptaciones) sin antes haber leído el libro, así que acá está este link donde lo pueden leer y/o descargar. ¡Felices lecturas!

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