viernes, 23 de febrero de 2018

Frases de "Casa de Muñecas" de Henrik Ibsen



Casa de Muñecas es la obra más famosa y más representada de Henrik Ibsen. Supuso, por mucho, una revolución en la forma en que se escribía acerca de la mujer en su tiempo (finales del siglo XIX). Aunque Ibsen nunca defendió a Casa de Muñecas como una obra feminista, es considerada como la primera verdadera obra teatral feminista. ¿Es acaso la mujer, sobre todo en el plano de la vida matrimonial, un objeto a merced de la voluntad, el cuidado y los caprichos del hombre? Ibsen nos presenta cómo una mujer es construida para acoplarse a este modelo, pero también nos presenta cómo esa misma mujer puede llegar a tal punto de confrontación que decida romper ese molde.




Nora, la muñeca de esta casa, se vio obligada a contraer una deuda, una gran deuda, a escondidas de su marido, el abogado Torvaldo Helmer. Y precisamente esta deuda fue contraída con el objetivo de salvar la vida de Torvaldo. Ahora, cuando la familia está en espera de una nueva y mejor vida gracias a un nuevo cargo del señor Helmer, el prestamista ha vuelto para cobrar la deuda junto a sus respectivos intereses. Nora no puede permitir que su esposo se entere de esta deuda, pues heriría su viril orgullo. Pero el problema no puede quedar por siempre oculto, al salir a la luz, Nora se da cuenta que Torvaldo nunca la ha considerado como una verdadera compañera de vida, más bien la ha visto como una niña que necesita ser cuidada, una criatura que precisa de protección, como un adorno que sirve para engalanar su casa, como una muñeca.


Es en ese punto donde Nora comprende que durante toda su vida siempre ha estado disponible y dispuesta para los hombres de su vida: su padre, de niña; y ahora, su marido. ¿Qué puede hacer una mujer casada, con tres hijos y sin estabilidad económica para librarse del hombre que la salvó al prestarle dinero y ahora le exige pagar esa deuda? ¿Qué hace esa mujer cuando se da cuenta que ha convivido por años con un hombre al que le es indiferente si ella ha cometido un error o no, porque simplemente él considera que ella está hecha para cometer errores y ser salvada por él? ¿Qué puede hacer Nora cuando se da cuenta que toda su vida ha sido un juego dirigido por su padre y su marido? ¿Qué decidirá Nora para hacerse cargo de su vida y su destino? Ibsen propone una nueva mujer, una mujer responsable de sí misma y que renuncia a complacer a los demás.




Casa de Muñecas es una obra con poca extensión en páginas, pero rica en cuestionamientos acerca de cómo hemos sido educados hombres y mujeres, y especialmente cómo esa construcción ha sido decididamente beneficiosa para el hombre y perjudicial para la mujer. Acá unas pocas frases que logré rescatar de mi lectura de esta hermosa obra:

—Ahora todo ha concluido, Nora. Mi pobre madre no me necesita ya; la he perdido: mis hermanos, tampoco, porque ya pueden subvenir a sus necesidades por sí mismos.
—¡Qué alivio debes sentir!
—No, Nora, hago una vida insoportable. ¡No tener nadie a quién consagrarse!


Es una de esas amistades de la juventud, contraídas a la ligera, y que después nos estorban frecuentemente en la vida. Para decírtelo francamente: nos tuteamos.


No, no puedo, doctor; ¡es cosa tan enorme!, un consejo, una ayuda y un servicio a la vez...


Y es cierto, por que hay personas amadas y personas agradables.


—Vendrá usted, naturalmente, como antes, porque sabe bien que Torvaldo no puede pasarse sin usted.
—Sí, pero ¿y Usted?
—¿Yo? Veo todo con tan buenos ojos cuando está usted aquí...


Las cinco. Faltan siete horas para la medianoche. Entonces se habrá bailado la tarantela. ¿Veinticuatro y siete? Tengo treinta y una horas de vida.


Cuando la perdí a usted, creí que me faltaba el suelo. Míreme: soy como un náufrago asido a una tabla.


Yo también soy un náufrago asido a una tabla; no tengo a nadie a quien consagrarme, a nadie que necesite de mí.


—¿Qué le parece a usted si esos dos náufragos se tendieran la mano?
—¿Qué dice usted?
—¿No vale más juntarse en la misma tabla?


Un hombre puede resolver más fácilmente esta clase de asuntos que una mujer...


Me has amado como una buena esposa debe amar a su marido; pero flaqueabas en la elección de los medios. ¿Crees tú que yo te quiero menos porque no puedas guiarte a ti misma? No, no, confía en mí: no te faltará ayuda y dirección. No sería yo hombre si tu capacidad de mujer no te hiciera doblemente seductora a mis ojos.


Ahora estamos consagrados exclusivamente el uno al otro. ¡Ah! Mujercita adorada. Nunca te estrecharé bastante. Mira, Nora... quisiera que te amenazara algún peligro para poder exponer mi vida, para dar mi sangre, para arriesgarlo todo, todo por protegerte.


—¡Este es precisamente el caso! Tú no me has comprendido nunca... Han sido muy injustos conmigo, papá primero, y tú después.
—¿Qué? ¡Nosotros dos!... Pero ¿hay alguien que te haya amado más que nosotros?
—Jamás me amaron. Les parecía agradable estar en adoración delante de mi, ni más ni menos.


Cuando estaba al lado de papá, él me exponía sus ideas, y yo las seguía. Si tenía otras distintas, las ocultaba; por que no le hubiera gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo como yo con mis muñecas.


Quiero decir que de manos de papá pasé a las tuyas. Tú lo arreglaste todo a tu gusto, y yo participaba de tu gusto, o lo daba a entender; no puedo asegurarlo, quizá lo uno y lo otro. Ahora, mirando hacia atrás, me parece que he vivido aquí como los pobres... al día. He vivido de las piruetas que hacía para recrearte, Torvaldo. Eso entraba en tus fines. Tú y papá han sido muy culpables conmigo, y ustedes tienen la culpa de que yo no sirva para nada.


—¡Que no... que no has sido feliz!
—No, estaba alegre y nada más. Eras amable conmigo... pero nuestra casa sólo era un salón de recreo. He sido una muñeca grande en tu casa, como fui muñeca en casa de papá. Y nuestros hijos, a su vez, han sido mis muñecas. A mí me hacía gracia verte jugar conmigo, como a los niños les divertía verme jugar con ellos. Esto es lo que ha sido nuestra unión, Torvaldo.


Escucha, Torvaldo: en aquel momento me pareció que había vivido ocho años en esta casa con un extraño, y que había tenido tres hijos con él... ¡Ah! ¡No quiero pensarlo siquiera! Tengo tentación de desgarrarme a mí misma en mil pedazos. 


Si les ha llamado la atención esta obra de Ibsen, aquí pueden leer la obra y descargar el PDF. ¡Felices lecturas!