Víctor Hugo
Nacido en 1802, Víctor Hugo tuvo una vida llena de igual, sino más, drama que sus novelas más emblemáticas. No se puede negar que la infancia, el entorno social y económico condicionan en gran medida la vida adulta de las personas; y en el caso de los escritores, esta se ve reflejada en sus obras, ya sea por exhibición o por ocultación. En el artículo La miserable vida privada de Victor Hugo: la cruel muerte de cuatro de sus cinco hijos, para los amantes del drama de los escritores, se detallan algunos hechos de la vida sentimental y familiar de Victor Hugo (en resumen):
Víctor Hugo en 1876.
Fuente: Wikipedia.
Nacido en 1802, Víctor Hugo tuvo una vida llena de igual, sino más, drama que sus novelas más emblemáticas. No se puede negar que la infancia, el entorno social y económico condicionan en gran medida la vida adulta de las personas; y en el caso de los escritores, esta se ve reflejada en sus obras, ya sea por exhibición o por ocultación. En el artículo La miserable vida privada de Victor Hugo: la cruel muerte de cuatro de sus cinco hijos, para los amantes del drama de los escritores, se detallan algunos hechos de la vida sentimental y familiar de Victor Hugo (en resumen):
José Leopoldo Hugo, padre de Víctor Hugo, estando en el Ejército Ciudadano de Napoleón, sufrió la infidelidad de su esposa, cuando ella tuvo una relación de amantes con su superior, el General Víctor Lahorie. El escritor lleva el nombre del amante de su madre. El General Lahorie fue la figura paterna de Hugo y sus hermanos hasta 1812 cuando fue ejecutado. Víctor Hugo, su madre y hermanos, quedaron abandonados al morir el General, ya que también el papá se había ido a vivir con otra mujer al descubrir el engaño de su esposa.
El drama familiar lo perseguiría hasta su vida adulta. Cuando, en 1822, Víctor se casó con Adèle Foucher, uno de sus hermanos, Eugène, fue diagnosticado con esquizofrenia, porque él también la había pretendido y no soportó esa unión. Tan fuerte fue el impacto que le provocó el matrimonio de su hermano, que nunca pudo recuperarse y murió en un hospital psiquiátrico quince años después de la boda. Aun así, el matrimonio logró concebir a cinco hijos, pero cuatro de ellos murieron a muy temprana edad, y la única hija que sobrevivió, repitió la historia de su tío, al ser internada en un hospital psiquiátrico por no superar un amor no correspondido.
En 1833, con once años de matrimonio, Víctor conoció a Juliet Drouet, una actriz con la que empezó una relación de amantes que duraría hasta la muerte de Juliet. Mientras esto sucedía, la esposa de Víctor Hugo también mantenía una relación con otro hombre: el escritor Charles Augustin Sainte-Beuve. A pesar de tener amantes, Víctor y Adèle nunca se divorciaron, y al momento que Adèle murió en 1868, ya llevaban 46 años de matrimonio. Juliet no fue la única amante de Víctor Hugo, pero sí con la que más tiempo duró, incluso más que su propio matrimonio.
Nuestra Señora de París
Portada de Nuestra Señora de París (edición ilustrada) de Alianza Editorial.
Fuente: Librería de Historia Polifemo.
Nuestra Señora de París fue publicada en 1931 y cuenta la historia de Esmeralda, una gitana; Quasimado, un huérfano jorobado; y de Claudio Frollo, un arcediano de la Catedral Notre Dame en París del siglo XV —1482, para ser exactos—. Hasta el momento es una de las novelas que más me ha gustado, y una de las que más me he tardado en terminar. La lectura es un poco densa al principio, porque de los once libros que trae, gran parte de los primeros tres se ocupa de la descripción del París de ese entonces. Es interesante y muy enriquecedor leer cada detalle de la arquitectura y la disposición de las calles; si embargo, al ocupar tanto tiempo en las descripciones, al no haber acción, la lectura puede resultar un tanto monótona o cansada y percibirse más larga de lo que en realidad es. Aquí es cuando el verbo le gana al adjetivo. Obviamente, también afecta si se está o no acostumbrado a leer este tipo de novelas; en mi caso, por eso me costó encontrarle gusto al principio; pero una vez que se entra a la historia y el verbo le gana terreno al adjetivo, es imposible desprenderse de Esmeralda y de Quasimodo.
Si solo se ha visto la película de Disney, recomiendo que no se lea la trama de la novela que da Wikipedia, porque arruina la magia del libro, que queda muy lejos de lo que la película vende, eso fue lo que más me encantó de la novela. Creo que lo más hermoso de este libro es cómo expresa los sentimientos oscuros de sus personajes, cómo describe las muertes que las hace ver tan hermosas; además de cómo se frustra el lector —en mi caso particular— al ver lo ingenuos y estúpidos que a veces pueden resultar algunos personajes con sus acciones y decisiones. Por ser una historia conocida —aunque sea solo por la película o resúmenes desalentadores como el de Wikipedia—, cuando uno está leyendo la novela a veces se adelanta a los hechos y ya sabe o sospecha qué sucederá después; pero aun así, el libro termina por sorprender y atrapar. Aunque a veces me frustraban los personajes porque lo leía con lentes contemporáneos. Es interesante cómo los libros permiten conservar el espíritu de una época y ese espíritu se contrapone con el de la del lector, algo que puede generar simpatía o rechazo.
Creo que tanto Esmeralda como Quasimodo fueron mis personajes favoritos, pero no los amé por ellos en sí mismos, sino por las situaciones que rodearon sus vidas desde su nacimiento —o descubrimiento en le caso de Quasimodo— hasta el desenlace que tienen al final del libro. Esta novela me hizo reafirmar mi gusto por esos autores que hacen de sus personajes lo que ellos quieren y no lo que la gente esperaría o querría simplemente por verse reflejados en ellos. A quien más odié fue a Claudio Frollo, y a él sí lo odié por su personaje, y creo que es uno de los mejores villanos de los que he leído y que representa muy bien la doble moral de muchas personas influyentes en las iglesias. A continuación, algunas de las frases que, a mi gusto, expresan la belleza de la novela (podrían aparecer algunos spoilers):
El mejor medio de hacer que el público aguarde con paciencia es asegurarle que se va a empezar inmediatamente.
¿Qué menos podía hacerse que jurar y renegar un poquillo del nombre de Dios en un día como aquel, en una sociedad tan escogida de eclesiásticos y de rameras?
No nos empeñaremos en dar al lector una idea de aquella nariz tetraedra; de aquella boca en forma de herradura; de aquel ojillo izquierdo obstruido por una ceja roja a manera de matorral, mientras que el ojo derecho desaparecía enteramente debajo de una enorme verruga; de aquellos dientes esparramados sin orden como las almenas de una fortaleza; de aquel labio calloso sobre el cual se adelantaba un diente como el colmillo de un elefante; de aquella barba retorcida y, sobre todo, de la fisonomía derramada sobre toda aquella mezcla de malicia, de asombro y de tristeza.
Ilustración: Elección del Papa de los locos.
—¡Aleluya! ¡Aleluya!— gritaba el pueblo siempre que una nueva cara
aparecía en el rosetón de la puerta de la capilla.
Fuente: Edición de Nuestra Señora de París de 1897 de Casa Editorial MAUCCI.
—Le sobra un ojo —añadió Robin Poussepain.
—No, señor —observó juiciosamente Juan—, un tuerto es mucho más incompleto que un ciego, porque sabe lo que le falta.
Mientras la alegre niña de dieciséis años bailaba y revoloteaba dando contento a todos, la expresión del semblante de aquel hombre era cada vez más sombría. Juntábase de cuando en cuando sobre sus labios una sonrisa y un suspiro; pero la sonrisa era más dolorosa que el suspiro.
Si hubiera tenido el Perú en su bolsillo, es seguro que se lo hubiera dado a la bailarina, pero Gringoire no tenía el Perú, y además, aún no se había descubierto la América.
Era su voz como su baile, como su hermosura, indefinible y deliciosa; pura, sonora, aérea, alada por decirlo así.
Era aquella la primera satisfacción de amor propio que gozó jamás; hasta entonces no había conocido más que la humillación, el desdén a su clase, el odio a su persona, y por eso, sordo como era, saboreaba, cual verdadero para, las aclamaciones de aquella turba a quien aborrecía porque ella le aborrecía a él, y porque él lo sabía.
Pero durante la noche carecía el pobre diablo de la más poderosa de sus armas: su fealdad.
Ilustración: Quasimodo colocóse delante del arcediano
y haciendo rechinar sus dientes...
Fuente: Edición de Nuestra Señora de París de 1897 de Casa Editorial MAUCCI.
La mariposa se convertía en avispa, y estaba pronta a picar.
—¿Sabéis —le preguntó— qué cosa es amistad?
—Sí —repuso la gitana—; ser hermano y hermana; dos almas que se tocan sin confundirse... los dos dedos de la mano.
—¿Y el amor? —prosiguió Gringoire.
—¡Oh! ¡El amor! —dijo, y su voz temblaba y de sus ojos brotaban llamas—. Es ser dos y uno, ser más que uno; un hombre y una mujer que se deshacen en un ángel: es el cielo.
—¿Cómo ha de ser un hombre para agradaros?
—Ha de ser hombre.
—Pues no lo soy yo?
—Un hombre tiene casco en la cabeza, espada en la mano y espuelas de oro en los talones.
—Bravo —dijo Gringoire—, sin caballo no hay hombre.
Entré de soldado, pero no era bastante valiente; entré de fraile, pero no era bastante devoto; además, soy poco aficionado a beber. Desesperado, metíme de aprendiz de carpintero, pero no era bastante robusto. Mucha más afición tenía a ser maestro de escuela; verdad es que no sabía leer, pero esto no obsta. Al cabo de cierto tiempo conocí que me faltaba algo para todo; y viendo que de nada servía, metíme de sopetón a poeta y compositor de ritmos, profesión que siempre puede abrazar un vagabundo, y que al fin y al cabo vale más que la de ladrón, como me aconsejaban que lo fuera algunos raterillos amigos míos.
Ilustración: San Cristóbal. Estatua colosal
que existió en la iglesia de Nuestra Señora de París.
Fuente: Edición de Nuestra Señora de París de 1897 de Casa Editorial MAUCCI.
Montmartre tenía entonces casi tantas iglesias como molinos, y que ya no conserva más que los molinos, porque la sociedad en el día, no pide más que el pan del cuerpo.
El que sabe ver las cosas, adivina el espíritu de un siglo y el carácter de un rey con solo ver una aldaba de una puerta.
Yo sospecho que será un avechucho, un animal, el producto de un judío y de una marrana; algo en fin que no es cristiano, y que es menester echar al agua o al fuego.
En efecto, Quasimodo, tuerto, jorobado y patizambo no era más que un cuasi.
Nuestra Señora había sido sucesivamente para él, a medida que crecía y se desarrollaba, el huevo, el nido, la casa, la patria. el universo.
Es indudable que el alma se atrofia en un cuerpo defectuoso: Quasimodo sentía apenas moverse ciegamente dentro de él un alma hecha a su imagen.
Muchas veces las madres quieren más al hijo que más les ha hecho sufrir.
El Egipto le hubiera tomado por el dios de aquel templo: la Edad Media la creía su demonio, y era su alma.
Ilustración: Claudio Frollo en su cuarto de estudio.
Fuente: Edición de Nuestra Señora de París de 1897 de Casa Editorial MAUCCI.
Existió en aquella época para el pensamiento escrito en piedra, un privilegio comparable en un todo a nuestra actual libertad de imprenta: la libertad de la arquitectura.
El gran poema, el gran edificio, la grande obra de la humanidad, no se edificará, se imprimirá.
La imprenta es el hormiguero de las inteligencias; es la colmena adonde todas las imaginaciones, doradas abejas, llegan con su miel.
Ilustración: Era efectivamente Quasimodo
fuertemente maniatado y acompañado por una escolta de arqueros.
Fuente: Edición de Nuestra Señora de París de 1897 de Casa Editorial MAUCCI.
Ya hemos hecho observar que los jueces se arreglan por lo general de modo que su día de audiencia sea también su día de mal humor, a fin de tener siempre alguno sobre quien desfogar su ira cómodamente en nombre del rey, de la ley y de la justicia.
Tenía bonitos dientes, y gustaba de reírse para enseñarlos, y es sabido que muchacha que ríe está muy expuesta a llorar; los buenos dientes echan a perder los buenos ojos.
Si alguno me devuelve a mi hija, yo seré su criada, la criada de su perro, y me comerá el corazón si quiere.
La noche que acababa de pasar era precisamente la de un sábado, por eso nadie dudó que las gitanas habrían celebrado su aquelarre en aquella pradera y devorado a al criatura en compañía de Belcebú.
Con lentos pasos, trémula y con la mirada turbia de un pájaro que cede a la fascinación de una serpiente.
Miré por el agujero de la cerradura antes de acostarme, y vi la más delicada hembra en camisa que hizo jamás rechinar las tarimas de una cama bajo su píe desnudo.
La horca es una balanza que tiene un hombre en un extremo y toda la tierra en el otro. Es cosa dulce ser hombre.
¡Oh!, ¡haz lo que quieras!... soy tuya. ¿Qué me importa el amuleto?, ¿qué me importa mi madre? Tú eres mi madre, pues yo te amo.
Pero ámame, yo te lo pido. Nosotras las gitanas somos así; no necesitamos más que esto: ¡aire y amor!
Ilustración: Aquellos feroces inquisidores torturaban sin compasión a la inocente Esmeralda.
Fuente: Edición de Nuestra Señora de París de 1897 de Casa Editorial MAUCCI.
Cuando se hace el mal, es preciso hacer todo el mal: ¡locura pararse en la mitad de un crimen!
¡Te crees infeliz, insensata!, tú no sabes lo que es el infortunio. ¡Oh, amar a una mujer! ¡Ser sacerdote! ¡Ser aborrecido!
Pero la llevaba con tanta precaución como si temiera romperla o marchitarla; parecía comprender perfectamente que se trataba de una cosa delicada, exquisita, preciosa, hecha para otras manos que las suyas.
Aquella maldad no era más que amor viciado; que el amor, fuente de todas las virtudes en el corazón del hombre, se convertía en una cosa horrible en el corazón de un sacerdote, y que un hombre constituido como él, haciéndose sacerdote se hacía demonio.
A veces se tiraba al suelo boca abajo y arrancaba los verdes trigos con sus uñas; parábase a veces en una calle de la aldea desierta, y sus pensamientos eran tan insoportables que se agarraba la cabeza con las dos manos y quería arrancársela de los hombros para hacerla pedazos contra las piedras.
Precipitóse con ansia hacia el libro santo, esperando hallar en él algún consuelo, o alguna confortación; el libro estaba abierto en este pasaje de Job, sobre el cual vagó su mirada fija: "Y pasando por delante de mí un espíritu, se erizaron los pelos de mi carne."
Ilustración: Cuando acabó de beber el agua, Quasimodo besó la linda mano de la gitana.
Fuente: Edición de Nuestra Señora de París de 1897 de Casa Editorial MAUCCI.
Mi problema es que me parezco demasiado al hombre, yo quisiera ser enteramente un animal como esa cabra.
—¿Qué es eso? —interrumpió el rey—, ¿alimentar a alguien que se va a ahorcar? ¡Pascua de Dios!, no vuelvo a dar una blanca para ese hombre.
Bien hace en arrastrarse por el suelo; los reyes son como el Júpiter de Creta: no tienen orejas más que en los pies.
Porque hay momentos en la vida en que, aún el alma que no cree, adora la religión del templo que tiene a mano.
¡Bésame, loca!, ¡bésame! La tumba o mi lecho.
Ilustración: La desgraciada gitana junto al patíbulo asemejábase a una virgen al pie de la cruz.
Fuente: Edición de Nuestra Señora de París de 1897 de Casa Editorial MAUCCI.
Permaneció así más de una hora sin hacer ningún movimiento, fijos los ojos en la desierta celda, más sombrío y pensativo que una madre sentada entre una cuna vacía y un ataúd lleno.
Estaba inmóvil y mudo como un hombre herido de rayo, y un largo arroyo de llanto caía en silencio de aquel ojo que no había derramado hasta entonces más que una lágrima.
Y dijo con un sollozo que levantó la tabla de su profundo pecho: ¡Oh, todo cuanto he amado!...
Fatalidad
En el Prefacio de la obra, Víctor Hugo explica que la novela se inspira en la palabra griega 'AN'AΓKH, fatalidad, que vio grabada en un muro de un oscuro rincón de una de las torres de la Catedral, y se preguntó de quién podía ser el alma en pena que no había querido abandonar este mundo sin dejar ese estigma de crimen o de infortunio en la frente de la vetusta iglesia. Desde que leí esa palabra en el prefacio y todo lo que encerraba, despertaba y confrontaba, algo me atrapó, y quizá eso fue lo que al final me hizo superar las extensas descripciones del libro y aferrarme a la idea de la fatalidad que me esperaba al final. ¿Se imaginan a un Quasimodo, hijo de Notre Dame, grabando con sus propias uñas fatalidad al enfrentarse a la realidad de que la repugnancia que generaba su deformidad solo era equiparable al encanto que inspiraba la belleza de Esmeralda? Yo sí lo imaginé; pero también vi a Esmeralda grabarlo mientras estaba encerrada en la Catedral, después vi al mismo Claudio Frollo hacerlo; y cada uno, el deforme huérfano, la bella gitana y el malicioso arcediano; me generaron diferentes emociones de rechazo y simpatía, pero al final hubo algo en común: fatalidad. ¿Quién de los tres escribió la palabra? Nuestra Señora de París noas lo dice. En el mismo prefacio, sin saberlo —ni quererlo, eso es seguro—, Víctor, predecía la fatalidad que Notre Dame sufrió en abril de 2019: El hombre que escribió allí aquella palabra, desapareció hace muchos siglos de en medio de las generaciones; la palabra ha desaparecido también de la pared de la iglesia, la iglesia misma acaso desaparecerá bien pronto de la faz de la tierra.
Como dato curioso, en 2010, Adrian Glew, un archivero de Tate Gallery (Tate Britain en la actualidad, uno de los cuatro museos de la Galería Nacional de arte británico y arte moderno en Inglaterra), encontró unas memorias del escultor británico Henry Sibson donde relataba las obras de restauración de la Catedral en la década de 1820—algo a lo que Víctor Hugo estuvo muy relacionado, al mismo tiempo que escribía la novela—. En sus memorias, Sibson hablaba de un tallador en piedra jorobado, y lo describía como un tallador del escultor del gobierno, cuyo nombre he olvidado, ya que no tenía relación con él, todo lo que sé es que era jorobado y no le gustaba mezclarse con los otros talladores; por lo que se ha llegado a pensar que Víctor Hugo se inspiró en este tallador para escribir su novela. ¿Habrá gravado, este otro jorobado, fatalidad en un rincón de la iglesia solo para luego ser cubierta por los trabajos de restauración en los que él mismo trabajaba? Solo Notre Dame lo sabe.
Lectores
Les comparto la opinión que otras personas me dieron sobre este libro:
Lo mejor de Víctor Hugo. Con personajes muy interesantes que anuncian la novela gótica.
→Ángel Martínez
Si puedes superar las extensas descripciones, te vas a encontrar con una historia muy interesante, personajes interesantes y llenos de vida. La historia es hermosa por la tristeza que evoca, sentirás cada personaje como si fuese parte de la realidad y desearás verlo cumplir su objetivo. Si logras ser parte de la historia, al final no podrás evitar derramar una lágrima.
→Juan Núñez
Tiene una de las mejores estructuras narrativas de la literatura que a pesar del tiempo sigue influyendo en los nuevos narradores y (obvio) una prosa magistral. El reto es superar los casi ensayos sobre arquitectura que contiene, pero en ello reside mucho de su valor histórico y literario, y contiene uno de los finales más conmovedores de la literatura romántica.
→Jorge Lozano
En este enlace pueden encontrar la versión digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León de la edición de Nuestra Señora de París de 1897 (Casa Editorial MAUCCI) de donde he extraído tanto las frases como las imágenes de la novela. A pesar de ser una de las ediciones más antiguas en versión digital que pude encontrar disponibles, el formato permite manejarlo como cualquier documento en PDF: se pueden hacer búsquedas de palabras clave, copiar el texto y marcarlo, etc. Existen otras versiones digitales que permiten una mejor lectura debido a la calidad del texto, pero prefiero esta por el valor histórico que tiene la edición, basta con aumentar el brillo de la pantalla y listo. Esta versión es recomendable para PC, pero si desean una para poder leerla en celular, en este otro enlace pueden encontrar una versión muy práctica para móviles. ¡Felices lecturas!