De cómo Mary creó a Frankenstein
Mary Shelley (Godwing en ese entonces) y Percy Shelley (futuro esposo de Mary) decidieron pasar el verano de 1816 en Suiza con sus amigos, George Gordon (lord Byron), John Polidori (médico y secretario de lord Byron) y Claire Clairmont (hermanastra de Mary y pareja de Byron en ese momento). En una noche, leyendo un libro sobre leyendas alemanas, se desafiaron a escribir cada uno una historia de espectros. Como resultado de este reto, lord Byron inició un relato llamado El entierro; Polidori, inspirado en parte por la historia de lord Byron, escribió su famoso relato El vampiro (más de medio siglo antes que Drácula, el vampiro más famosos de la Literatura); Percy Shelley, inspirado en sus viajes por Europa junto a Mary y Claire, escribió Los asesinos. Mary Shelley, por su parte, escribió un relato llamado El sueño, el cual sería el argumento para su novela Frankenstein, publicada en 1818.
Mary Shelley (Godwing en ese entonces) y Percy Shelley (futuro esposo de Mary) decidieron pasar el verano de 1816 en Suiza con sus amigos, George Gordon (lord Byron), John Polidori (médico y secretario de lord Byron) y Claire Clairmont (hermanastra de Mary y pareja de Byron en ese momento). En una noche, leyendo un libro sobre leyendas alemanas, se desafiaron a escribir cada uno una historia de espectros. Como resultado de este reto, lord Byron inició un relato llamado El entierro; Polidori, inspirado en parte por la historia de lord Byron, escribió su famoso relato El vampiro (más de medio siglo antes que Drácula, el vampiro más famosos de la Literatura); Percy Shelley, inspirado en sus viajes por Europa junto a Mary y Claire, escribió Los asesinos. Mary Shelley, por su parte, escribió un relato llamado El sueño, el cual sería el argumento para su novela Frankenstein, publicada en 1818.
El sueño debe su nombre a que surgió a partir de un sueño que Mary tuvo luego de la reunión. Aunque hay otras historias que parecen haber sido parte de la inspiración para escribir Frankenstein. Una de esas historias es la de Giovanni Aldini, un físico italiano que, como parte de sus investigaciones, aplicaba electricidad a cuerpos de animales muertos para estudiar sus reacciones. También existe una historia en la que se asegura que Aldini fue alentado a utilizar este método en el cuerpo de un hombre en Londres en 1803. George Forster había sido condenado a la horca tras haberlo encontrado culpable de asesinar a su esposa e hijo. Luego de su muerte, Aldini aplicó electricidad al cuerpo de Forster y el cuerpo empezó a moverse y sus ojos a abrirse. Las personas pensaron que Aldini había revivido a Forster y exigieron que se le volviera a colgar en la horca.
Otra historia que podría haber sido tomada como inspiración por Mary, es la del teólogo luterano Johann Conrad Dippel. Dippel nació en una edificación llamada el Castillo de Frankenstein en Alemania en 1673. En una época en la que la alquimia aún era considerada como parte de la ciencia, Dippel se interesó en encontrar la fórmula para alargar la vida y cómo transferir el alma de un cuerpo a otro. El aceite de Dippel fue la fórmula que ideó para alargar la vida, y consistía, entre otras cosas, en restos de animales triturados; y él aseguraba que si se bebía, la persona podría llegar a los cien años. Con el tiempo, la fama de los experimentos de Dippel crecieron al igual que el morbo alrededor de ellos, y las personas aseguraban que el alquimista robaba restos de cadáveres en las tumbas. Estos restos serían usados para hacer más potente el aceite de Dippel y también para experimentar el paso del alma de un cuerpo a otro.
A parte de estas dos posibles inspiraciones, hay que agregar también el mito de Prometeo (no por nada la novela se llama Frankenstein o el moderno Prometeo). Prometeo, en la mitología griega es el creador del hombre. A Prometeo y a Epimeteo, su hermano, se les dio la tarea de poblar la Tierra. Epimeteo creó a los animales y Prometeo se empeñó en crear a seres semejantes a los dioses: los hombres y las mujeres (¿conocen una historia similar?). Prometeo, al ver que sus criaturas no eran tan fuertes como los animales, decidió robar las artes de Hefesto y Atenea para dotarlos de habilidades que le ayudaran a sobrevivir. Fue así como los hombres y las mujeres tuvieron acceso al fuego, la ciencia y la capacidad de trabajar con los elementos de la naturaleza. Zeus se enteró de todo esto y castigó a Prometeo. La historia es más compleja y larga, pero el hecho es que Mary Shelley plantea a Frankenstein como ese dios creador, igualándolo en cierta forma a Prometeo. Es importante aclarar que Frankenstein no es el monstruo que se nos presenta en el cine y la televisión. De hecho, el monstruo creado en la novela no tiene un nombre, y se le llama monstruo, demonio, criatura o engendro de forma indistinta. Victor Frankeinstein es el creador del monstruo.
De cómo Frankenstein creó al monstruo
Esta novela está escrita en forma epistolar (así como Drácula), es decir que está formada por cartas. Un mayor de marina, Robert Walton, le escribe cartas a su hermana para contarle sus aventuras y desgracias en su misión al Polo Norte. Al inicio de la novela, Walton le cuenta a su hermana que, a pesar de contar con muchos hombres que lo acompañan en su travesía, él siente la necesidad de contar con un verdadero amigo. En sus cartas detalla su soledad, pero también la sorpresa que le generan dos encuentros: el primero, con una especie de criatura que él no logra distinguir por la bruma y la distancia.
Como a media milla y en dirección al norte vimos un vehículo de poca altura, sujeto a un trineo y tirado por perros. Un ser de apariencia humana, pero de gigantesca estatura, iba sentado en el trineo y dirigía los perros.
El segundo encuentro, fue con Victor Frankenstein, el protagonista de la novela.
Sobre un gran fragmento de hielo, que se nos había acercado durante la noche, había un trineo parecido al que ya habíamos divisado. Unicamente un perro permanecía vivo; pero había un ser humano en el trineo, al cual los marineros intentaban persuadir de que subiera al barco. No parecía, como el viajero de la noche anterior, un habitante salvaje procedente de alguna isla inexplorada, sino un europeo.
A partir de este encuentro, Walton se interesa por la vida de Frankenstein y cree que por fin ha encontrado a alguien a quien puede considerar un verdadero amigo. Victor, moribundo, le confía a Walton su historia. Frankenstein siempre estuvo interesado en la ciencia, y mientras más se especializaba en sus estudios, llegó a descubrir que podía darle vida a materia inanimada. En su afán por perfeccionar sus estudios, Frankenstein unió partes de cadáveres para crear un cuerpo y poder darle vida como a un ser humano (el Prometeo moderno en acción). Al finalizar su obra, y al ver que la criatura era más bien un monstruo (por sus características físicas), decide abandonarlo horrorizado por lo que había creado. Todos sus experimentos habían estado en secreto, por lo que nadie sabía que la criatura deambulaba libremente sin estar preparado para convivir con los seres humanos. Todo lo que sufre el monstruo como consecuencia de sus nulas habilidades sociales y de supervivencia, le son relatadas a Victor por la misma criatura en un encuentro que tienen. Durante toda la novela, Walton transcribe las palabras de Frankenstein a las cartas que le son enviadas a Margaret, hermana de Walton. Es así como Margaret se entera de las aventuras de su hermano; de Frankenstein, su nuevo amigo; y del monstruo. Las siguientes frases son un reflejo de los sentimientos de Walton, Frankenstein, el monstruo y las demás personas afectadas por el resultado de este experimento.
Confiaré mis pensamientos al papel, es cierto; pero ese es un pobre medio de transmitir los sentimientos. Deseo la compañía de un hombre capaz de congeniar conmigo, cuyos ojos respondan a los míos.
¡Infeliz! ¿Acaso quiere compartir mi locura? ¿Ha bebido también de esa bebida embriagadora? ¡Escúcheme; permita que le revele mi historia, y verá cómo arroja la copa de sus labios!
Este hombre tiene una doble existencia: puede hundirse en el sufrimiento y dejarse vencer por los desengaños; sin embargo, cuando se encierra en sí mismo, es como un espíritu celestial que irradia un halo a su alrededor, dentro de cuyo círculo no se atreven a entrar ni el dolor ni la locura.
Así de extrañamente están hechas nuestras almas, y así de sutiles son los ligamentos que nos atan a la prosperidad o a la ruina.
El destino era demasiado poderoso, y sus leyes inmutables habían decretado mi absoluta y terrible destrucción.
El secreto que solo yo poseía constituía la única esperanza a la que me había consagrado; y la luna contemplaba mis afanes nocturnos, mientras, con incansable y viva ansiedad, perseguía a la naturaleza hasta los lugares más recónditos.
¿Quién puede imaginar los horrores de mi trabajo secreto, mientras andaba entre las humedades impías de las tumbas o torturaba a los animales vivos con el fin de dar vida al barro inanimado?
Hoy me tiemblan las piernas y se me anegan los ojos ante el recuerdo; pero entonces me empujaba un deseo irresistible y casi frenético; parecía haber perdido por completo el alma y la sensibilidad, salvo para ese objetivo.
Un ser humano perfecto debe conservar siempre una mente tranquila y serena, y no permitir jamás que la pasión, o un deseo transitorio, turbe su tranquilidad.
Si el estudio al que nos dedicamos tiende a debilitar nuestros afectos y a destruir nuestro gusto por los placeres sencillos en los que no puede haber mezcla ninguna, entonces ese estudio es indefectiblemente malo y en modo alguno conveniente para la mente humana.
Cada noche me sentía oprimido por una fiebre ligera, y sentía crecer mi nerviosismo hasta un grado doloroso; me sobresaltaba la caída de una hoja, y evitaba a mis semejantes como si fuese culpable de algún crimen.
Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeteaba triste contra los cristales, y la vela estaba a punto de consumirse, cuando, al parpadeo de la llama medio extinguida, vi abrirse los ojos amarillentos y apagados de la criatura; respiró con dificultad, y un movimiento convulso agitó sus miembros.
¡Cómo expresar mis emociones ante aquella catástrofe, ni describir al desdichado que con tan infinitos trabajos y cuidados me había esforzado en formar!
Los distintos accidentes de la vida no son tan mudables como los sentimientos de la naturaleza humana.
Yo había trabajado denodadamente durante casi dos años, con el único objeto de infundir vida a un cuerpo inanimado.
Abrió las mandíbulas y emitió un sonido inarticulado, mientras un rictus arrugaba sus mejillas.
Quizá dijo algo, pero no le oí; extendió la mano, probablemente para detenerme; pero yo le esquivé y eché a correr escaleras abajo.
¡Ah! No había mortal capaz de soportar el horror de aquel semblante. Una momia a la que dotaran nuevamente de animación no podría ser tan espantosa como aquel desdichado.
Lloré como un niño. «¡Amadas montañas! ¡Hermoso lago mío! ¿Cómo acogéis a este viajero? Vuestras cimas limpias y el cielo y el lago son azules y plácidos. ¿Presagia todo esto la paz o es una burla a mi desventura?».
¡Ay! Resultó cierto cuanto profeticé y solo erré en una circunstancia: que, con toda la desdicha que imaginaba y temía, no imaginaba ni la centésima parte del dolor que estaba condenado a soportar.
Al pronunciar estas palabras vislumbré en la oscuridad una figura que se deslizaba furtivamente por detrás de un grupo de árboles que había cerca de mí; me quedé inmóvil, mirando intensamente; no podía equivocarme.
El resplandor de un relámpago iluminó aquel bulto y me reveló su figura con toda nitidez; su estatura gigantesca y la deformidad de su aspecto, más horrendo del que puede asumir un ser humano, me hicieron comprender que se trataba del desdichado, del repugnante demonio al que yo había dado vida.
Habían transcurrido casi dos años desde la noche en que recibió vida; ¿sería este su primer crimen? ¡Ay!
¡Yo, yo había soltado al mundo a un miserable depravado que se complacía en el sufrimiento y la sangre! ¿Acaso no había matado a mi hermano?
Hasta entonces, solo había imaginado la desdicha de mi hogar desconsolado; ahora, la realidad se me ofrecía como un nuevo y no menos terrible desastre.
¡Han descubierto al asesino! ¡Dios mío! ¿Es posible? ¿Quién ha podido tratar de perseguirle? Es imposible; sería como alcanzar al viento o contener un río de montaña con paja.
¿Habría alguien, efectivamente, aparte de mí mismo, el creador, capaz de creer, a menos de que le convenciesen sus sentidos, en la existencia de ese testimonio viviente de presunción y de atolondrada ignorancia que yo había liberado en el mundo?
Las torturas de la acusada no eran tan grandes como las mías; a ella la sostenía su inocencia, pero a mí los colmillos del remordimiento me desgarraban el pecho, y no estaban dispuestos a abandonar su presa.
Evitaba enfrentarme con el rostro de los hombres; todo cuanto sonaba a alegría o complacencia era un suplicio para mí; mi único consuelo era la soledad: la profunda, oscura y mortal soledad.
Esperaba esta acogida —dijo el demonio—. Todos los hombres odian a los desventurados; así que ¡cuánto no me deben de odiar a mí, que soy el más desdichado de los seres vivientes!
¡Monstruo abominable! ¡Demonio de la perversión! Las torturas del infierno son una venganza demasiado indulgente para tus crímenes.
¡Engendro desdichado! Me reprochas el haberte dado el ser; ven, pues, que pueda extinguir la chispa que tan descuidadamente te infundí.
Recuerda que soy tu criatura; debería ser tu Adán, pero soy más bien el ángel caído, a quien privaste de la alegría sin haber cometido mal alguno.
Me sentía pobre, desamparado, miserable, desdichado; no sabía ni podía distinguir nada; pero un sentimiento de dolor me invadió por completo; me senté y lloré.
Yo había admirado las figuras perfectas de estas personas: su gracia, su belleza y su piel delicada; ¡pero cómo me horroricé cuando me vi en la charca transparente!
¿Era el hombre, efectivamente, tan poderoso, tan virtuoso y magnífico, y no obstante tan depravado y tan bajo?
Cuando miraba a mi alrededor, no veía ni oía a nadie como yo. ¿Era, entonces, un monstruo, una abominación de la tierra, de la que todos huían y a la que todos repudiaban?
Los hombres no quieren tener relación alguna conmigo; en cambio, una mujer deforme y horrible no se apartará de mí. Mi compañera debe ser de la misma especie, y tener los mismos defectos que yo. Así debes crear ese ser.
Y, por un instante, me atreví a sacudirme las cadenas y a mirar a mi alrededor con espíritu sereno y libre; pero el hierro me había mordido en la carne, y nuevamente me sumergí, temblando y desesperanzado, en el abismo miserable de mi propio yo.
Me estremecí; y el corazón se me paralizó cuando, al alzar los ojos, vi al demonio en la ventana, iluminado por la luna.
Te consideras miserable; pero yo puedo hacerte tan desdichado que la luz del día te resulte odiosa. Tú eres mi creador, pero yo soy tu amo: ¡Obedece!
No pude seguir evocando recuerdos. Mil sentimientos se agolparon dentro de mí, y lloré con amargura.
El cumplimiento de mis demoníacos designios se convirtió en una pasión insaciable. Ahora, ha concluido; ¡ahí está mi última víctima!
De cómo el monstruo me creó a mí
Este libro, a diferencia de Drácula, no me causó miedo, pero sí me provocó repugnancia y horror por lo cruel que pueden llegar a ser las personas con lo desconocido. En Frankenstein, es bueno cuestionarnos quién es el verdadero monstruo; Victor Frankenstein, quien le da vida a una criatura y luego la abandona a su suerte; o el monstruo, que viene a horrorizar a las personas por su aspecto físico y que, producto de este rechazo que sufre, luego comete crímenes horrendos.
Tanto Frankenstein como el monstruo fueron quienes más me gustaron y más me desilusionaron, no como personajes, sino cómo los vería yo si fueran reales. Me encantó la evolución de niño a hombre que tuvo Frankenstein, la etapa de sus estudios y cómo se dedicó con gran pasión a terminar su obra, sin importarle el sueño, el hambre o el cansancio. Pero luego de haber terminado su experimento con la criatura, se volvió cobarde al no hacerle frente a las consecuencias de sus actos y presentarse como la víctima de algo que él había provocado. Ahora, el monstruo me atrapó desde la hora de su creación, sobre todo porque al mismo tiempo tenía a Frankenstein totalmente dedicado y fascinado por su obra en proceso. A medida que el monstruo iba desarrollándose, y la criatura iba ganándose el nombre de demonio, también iba ganándose mi respeto como monstruo. Sin embargo, el desenlace de este personaje, no me gustó. Quizá Frankenstein, siendo su padre, le heredó un poco de cobardía y remordimientos que, para mi gusto, no deben ser parte de un monstruo.
Para que puedan juzgar por ustedes mismos esta extraordinaria novela, en este enlace pueden leerla y descargarla en PDF. Encontrarán otra versión en la web que es la más común, pero coloqué esta porque es la que más se acerca a la que he leído yo y es de donde he extraído las frases de esta entrada. ¡Felices lecturas!