Salarrué, seudónimo de Salvador Efraín Salazar Arrué, fue un artista salvadoreño que nació en 1899 y murió en 1975 en su casa ubicada en Los Planes de Renderos, San Salvador; donde hoy se encuentra la Casa del Escritor, lugar que funciona como museo y semillero para nuevos artistas literarios. Aunque su faceta más conocida fue la de escritor (con cuentos, poemas, ensayos, teatro, novelas y artículos cortos), también tuvo trabajos que destacaron —y siguen sorprendiendo— en dibujo, pintura, escultura y música. Todo esta amplia producción artística fue incorporada por la UNESCO al Registro Latinoamericano de Memoria del Mundo en noviembre de 2016, como un reconocimiento al invaluable trabajo del artista salvadoreño.
Cuentos de Barro fue publicado por primera vez en 1933, y es, quizá, el libro con el que el mundo hace referencia a la literatura salvadoreña, siendo uno de los más publicados y leídos. Salarrué plasmó en sus páginas un El Salvador que permanece para siempre, donde la vida del campesinado salvadoreño fue retratado de forma tal que al leer los cuentos estamos allí, junto al niño inocente, istúpido y travieso; con el campesino que posee la religión, la brujería y los secretos de la tierra para sobrevivir; con las mujeres que deben obedecer a los hombres, atender a los hijos y cuidar la casa. Cuentos de Barro no es un libro moralista, pero es inevitable reflexionar con cada cuento. Cada historia nos enfrenta a situaciones cotidianas, unas más cercanas a nosotros que otras, pero con lazos en común que nos conectan, nos atan, indudablemente: el espíritu humano, el instinto de supervivencia, el amor a los nuestros —a veces más bestial que fraternal—, la maldad de unos contra otros, las explicaciones ingenuas —o ignorantes— a lo que desconocemos.
Como el alfarero de Ilobasco modela sus muñecos de barro: sus viejos de cabeza temblona, sus jarritos, sus molenderas, (...); así, con las manos untadas de realismo; con toscas manotadas y uno que otro sobón rítmico, he modelado mis Cuentos de Barro.
(...) Pobrecitos mis cuentos de barro... Nada son entre los miles de cuentos bellos que brotan día a día; por no estar hechos en torno, van deformes, toscos, viciados; porque, (...) ¿Qué sabe el rojizo tinte de la tierra quemada de lakas y barnices?; y el palito rayador, ¿qué sabe de las habilidades del buril?... Pero del barro del alma están hechos; y donde se sacó el material un hoyito queda, que los inviernos interiores han llenado de melancolía. Un vacío queda allí donde arrancamos para dar, y ese vacío sangra satisfacción y buena voluntad.
Allí va esa hornada de cuenteretes, medio crudos por falta de leña: el sol se encargará de irlos tostando.
En la tesis de Marta Sánchez Salvà para la maestría en Español y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Bergen, Noruega; titulada El «regionalismo» en Cuentos de barro de Salvador Salazar Arrué (Salarrué), se hace una categorización de estos cuentos, y se plantean ejemplos de cada categoría. Estas categorías pueden servir para visualizar la riqueza en las temáticas abordadas en el libro. Las categorías que propone Sánchez Salvà son: cuentos de animales, cuentos de niños, cuentos de pasión y cuentos de hombres.
En la categoría de cuentos de animales, el ejemplo que se toma es De caza. Todos estos cuentos de animales nos muestran la relación del hombre con los animales; particularmente, De caza, muestra cómo el hombre, en su afán de cazar, puede convertirse en su propia presa. Dos hombres se encuentran cazando en el campo, contemplan sus presas —cinco palomas y un conejo—, las presumen y se enorgullecen del resultado de sus habilidades de cazador. De pronto, un disparo. Luego otro. El silencio del mediodía se desgarraba, como una película
de coágulo sobre un estanque; poco a poco las desgarraduras iban cerrándose, hasta que la cerrazón de
calma recobraba su pesantez. Salarrué nos obliga a adivinar ciertas acciones que quedan sugeridas en las lecturas, y la intriga que introduce al final de este cuento, es prueba de ello.
Para el caso de cuentos de niños, se ubican aquellos cuentos en los que niños y niñas son protagonistas del cuento o cumplen un papel fundamental para que la trama se desarrolle. El uso —y abuso— del poder del adulto sobre el menor se ve reflejado clara y tristemente en estos cuentos. El circo, el cuento analizado por Marta, relata las aventuras de un grupo de niños que, curiosos por el circo que ha llegado al pueblo, se las arreglan para ver el espectáculo. La ignorancia, la inocencia y la imprudencia de los niños se ven retratadas en este cuento, así como el papel de los adultos como protectores y abusadores de quienes no encajan en su mundo: En aquel pueblo de niños, sólo los cipotes se bían quedado ajuera. Ispiaban por onde podían,
subiéndose algunos hasta las puntas de los cercanos jocotes, contentándose con ver el bailoteo de uno quiotro trapo de color, o el relámpago misterioso de las lentejuelas en las mecidas de los trapecios.
En los cuentos de pasión se incluyen esos en los que existe una relación entre un hombre con una mujer con connotación sexual, que se mueve en el espectro desde el simple deseo hasta el acto sexual consumado. Como parte del contexto social en el que se desenvuelven los personajes, estos cuentos conservan el pensamiento de que la mujer debe perder la virginidad solo con su esposo, mientras que el hombre puede ejercer libremente su sexualidad. El cuento que representa esta categoría es La brusquita, la historia de Polo, un hombre de campo, que ve interrumpida su vida solitaria por la llegada de una prostituta de la ciudad, la brusquita: De allá de la carretera, de bien abajo, venía cargando con ella. La bían arronjado diun utomóvil. Él bía visto el empujón y el barquinazo. Iban todos bolos y ella lloraba a gritos. Cayó en pinganiyas, y, dando una güeltereta, sembró la cara en el lodo y se quedó aletiando. Este encuentro entre dos mundos distantes —ella, prostituta de la ciudad; él, de campo y con poca o ninguna experiencia con mujeres—, generará una serie de cuestionamientos en Polo, la brusquita y el lector.
Los cuentos de hombres nos dicen cómo los hombres —no como género humano, sino como persona masculina— se relacionan entre ellos y con el resto de las personas —inferiores por ser distintos—: mujeres, niños y niñas. Como lo explica Sánchez Salvà, estos cuentos muestran cómo la vida de los hombres y sus relaciones
sociales están determinados por algo más grande que ellos mismos. Las normas e
instituciones que han creado se convierten en su jaula de hierro. La botija es el cuento seleccionado en esta categoría y cuenta la historia de José Pashaca. Empujado por la muerte de su madre, y movido por las historias del viejo Bashuto, Pashaca se lanza a trabajar arando la tierra, para buscar botijas —cántara de barro alargada utilizada por las generaciones
pasadas para ocultar tesoros bajo tierra o en los muros de las casas—: Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la
vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello, se
puso a la cola de un arado y empujó. José Pashaca deberá demostrar que lo que él persigue es real y digno de admiración; no puede dejar ver que su orgullo fracasó, solo eso puede ser mayor que su holgazanería.
En total, son 33 los cuentos que Salarrué nos regala en este libro, y estas son las frases que más me gustaron —cada frase especifica a qué cuento pertenece—:
—¿Qué quiere, mama?
—¡Qués nicesario que tioficiés en algo, ya tas indio entero!
→ La botija
José Pashaca se dignó arrugar el pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente.
→ La botija
Cuando la Juana lo conoció, sintió que el corazón se le había ahorcado. Ya no tuvo tiempo de escaparse; y sin saber por qué, lo esperó agarrada de una hoja.
→ La honra
—¡Babosa! ¡Habís perdido lonra, que era lúnico que tráibas al mundo! ¡Si biera sabido quibas ir a dejar lonra al ojo diagua, no te dejo ir aquel diya; gran babosa!...
→ La honra
Él no sabía ni poco ni mucho cómo sería lonra que bía perdido su hermana, pero a juzgar por la cólera del tata, bía de ser una cosa muy fácil de hallar. Tacho se maginaba lonra, una cosa lisa, redondita, quizá brillosa, quizá como moneda o como cruz.
→ La honra
Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un tapexco; y, rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara añudada de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano.
→ Semos malos
Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.
→ Semos malos
Las hojas enormes de los majonchos le hacían cosquillas a la casa con las puntas. Sus sombras, en forma de cejas, se mecían en las paredes, que parecían hacer muecas nerviosas. En un ventanuco que estaba en la culata una araña había enrejado, por si abrían...
→ La casa embrujada
Agrupados en la orilla, los moradores del valle escrutaban la noche. Los gritos habían levantado a las gentes. La ña Gerónima, gorda y grasienta, con su delantal de cuadros azules, comentaba temblorosa.
→ De pesca
Se llamaba Agruelio; era casi joven, casi viejo; su cara era rostro. Sonreiba beatíficamente, con la dulzura triste de las bocas sin dientes.
→ El sacristán
—Ve vos, yo sé lo que te digo: nuai más dolor quel de parir...
Polo asintió, con sencilla nobleza de irnorante. Se despidió la vieja y se fue; y el indio, que vivía solo allí, descolgó la guitarra, como quien apecha la tristeza sin temor; y liayudó al cielo a dir pariendo estrellas en la tarde.
→ La brusquita
El pelo lo andaba al jaz de la nuca; era blanca y suavecita, suavecita como algodón de ceiba. Cuando abrió los ojos vido que los tenía prietos y brillosos, como charcos diagua en noche de relámpagos.
→ La brusquita
Pasaba todo el día tirada boca arriba en la cama, descalza su blancura y triste el negror de sus ojos que le sonreiban agradecidos.
→ La brusquita
Polo quería decir algo, quería sacar ajuera el ñudo que se le bía hecho en la garganta; pero no salía: era como una espina de pescado y no salía más que por los ojos. Ella lo miraba sonriente.
→ La brusquita
La Tina y Nacho no habían tenido juguetes nunca. Jugaban de muñecas, con caragües vestidos de tuzas; de tienda, en la piladera; de pulicía, con olotes; y de pelotas, con bolas de morro.
→ Noche buena
La ña Grabiela taba quejándose, y se jue callando, y se jue callando, y se jue callando... hasta que se calló.
→ Esencia de "azar"
Colgó el audífono con la lentitud y parsimonia de quien coloca una corona sobre una tumba.
→ En la línea
Cuando el pito del tren sonó en la distancia, él lo confundió con un sollozo demasiado retenido, que se hace grito en las entrañas.
→ En la línea
—Mirá, Lupe —le dijo—, andá con cuidado con la Cande: ya maliseya...
—¿Eh?...
—No me gustan tantito, sus caídas diojos, sus pandiadas al pararse. Méi fijado que deja a ratos de moler y se come las uñas; además, le ondeya el pecho como a las palomas. Andá con cuidado, te digo...
→ El contagio
Cuando lo llamé aparte y le recomendé que la tratara con primor, no fuera ser que se asustara, se echó a rir y me dijo: «No siaflija por babosadas, esa yes cosa antigua: asigún colijo, la tengo ya empreñada dende hace un mes».
→ El contagio
—Cuando vos naciste taba lloviendo tieso...
—¿Eeee?...
—Meramente como hoy... Tu nana tenía friyo; jue como a las diez de la noche.
—¡Pobrecita mi nana!...
—Sí pué, pobrecita...
→ Hasta el cacho
Su propio llorar lo había llevado al borde de la quebrada: allí silencioso, allí sombrío; allí, donde lloraba el suelo. Sentado en el hojerío, debajo de los charrales, se quería morir diambre.
→ Hasta el cacho
Despegándose del pecho de Pedrón, con un dolor que retorcía su cara como un trapo, para estrujar las últimas gotas, el niño le miró fijo y, tras un esfuerzo inmenso, logró gotear:
—¡Pa...pa!...
→ Hasta el cacho
Siempre María estaba un grado abajo de los suyos. Cuando todos estaban serios, ella estaba llorando; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos reían, ella sonreía; no rió nunca. Servía para buscar huevos, para lavar trastes, para hacer rír...
→ La petaca
—¿Y vos crés en la Zigua, O?
—Yo no, ¿y vos?
—¡Yo no creyó! Si querés, vamos a ver qué jue eso.
—Andá vos, aquí tespero.
→ La Ziguanaba
Sentía mesmamente el olor del aserrín de cedro: un olor que le hacía llorar por la Tina y el cipote.
→ Serrín de cedro
El heroísmo es un exceso de vida que puede a veces producir la muerte.
→ El viento
Se paraba y ponía vanos empeños por amarrar el cabo del olfato. Volvía tímido la cabeza, para mirar cuán solo estaba. Entonces su grito lastimero hacía un rasguño en el viento.
→ El viento
A lo lejos, como un punto negro en la explanada, iba nadando hacia lo incierto. Aquella cosa tan mísera, bajo el furor del cielo, era un dolor grandioso.
→ El viento
El padre estaba todo él sentado en un sillón y la Chana estaba toda ella sentada en el padre. Su cachete rosado se posaba dulcemente en el cachete azul del cura, como una madrugada sutil se posa sobre áspera montaña.
→ El padre
Iba, humilde y shuca en la frescura dorada de la tarde, dejando pintada en el barro la flor de su patita.
→ La repunta
Mama, ¿yen el injierno habrán hoyitos para mirar lo que andan haciendo en el cielo?...
→ El circo
Todos llevaban los ojos y las narices fijas en el cíelo, como si husmearan la lluvia de bendición.
→ La respuesta
La Pabla hundió más la cabeza en el refajo. Sus trenzas prietas resbalaron hasta tocar el suelo, dionde chupaban, como ráices, la idea de un morir, con mucha tierra.
→ La tinaja
—Testoy hablando...
—¡Irte, irte de mi lado, engrato que me bis arruinado!
—¡Pero, si nues nada, usté; no siamelarchiye, ya le va pasar!...
—¡Sí, pue, le va pasar pue!, ¿y nués casado, pue?...
—Sí, pero yo a vos te quiero y tiastimo, no siapesare por babosadas.
→ La tinaja
Traye la suerte y traye la muerte. Tal vez la suerte es una muerte; tal vez la muerte es una suerte.
→ El mistiricuco
Felipe y Chema eran hermanos a la pura juerza; hubieran deseado no serlo. Chema era el menor y por tanto aguantaba más la hermandad.
→ El brujo
—¿Qué les sirvo, mucha, la oración del puro o el muñeco de cera?
Chema no comprendía. Felipe se puso grave.
—Para éste —dijo con voz temblona— la oración; para mí, una muñeca con aljiler en el mero corazón.
→ El brujo
El sombrero de palma dorada le servía para humillarse en saludos, más que para el sol, que no le jincaba el diente.
→ El negro
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